6 de febrero de 2014

Apuré el paso al escuchar las doce campanadas. Mi corazón se detuvo durante un segundo, algo imperceptible para cualquier persona, pero no para mí. Inspiré profundamente y continué mi carrera por los callejones de la ciudad.

Con una mano me levanté un poco la manga para mirar la hora en el reloj. Hacía exactamente dos minutos que habíamos entrado en un nuevo año y en los próximos dieciocho minutos debía encontrarla. Porque, de lo contrario, este sería el año más corto que habría conocido toda la humanidad.

Mi corazón se detuvo de nuevo, pero esta vez fue más doloroso y perdí el control de mis piernas brevemente. Apreté los dientes y seguí con paso decidido. No podía fallar ahora.

Las luces de la avenida principal me sobresaltaron. Todo estaba decorado para la ocasión, lleno de guirnaldas y muchas más cosas que no presté ni la más mínima atención. La gente se agolpaba en pequeños grupos, celebrando la llegada del año. Pero tampoco estaba interesado en ellos. Yo buscaba a una persona en concreto, y estaba seguro de saber hacia dónde se dirigía.

Antes de que pudiese ni tan siquiera dar un solo paso más una punzada atravesó mi pecho y tuve que contener un grito de dolor. Caí de rodillas en medio de la calle y coloqué mi mano en el suelo para no caer por completo. Noté como una persona se acercaba a mí y apoyaba una mano sobre mi espalda.

—Perdona chico, ¿te encuentras bien? Puede que hayas bebido demasiado.

Todo lo contrario. El que había bebido demasiado era el, puesto que el aliento le apestaba a alcohol. Su nariz estaba roja como un tomate y la camisa estaba arrugada y tenía manchas por todos los sitios. Y para colmo, con la otra mano sujetaba una botella de cava, casi terminada.

Aparté su mano con la mayor delicadeza posible y me incorporé.

—Estoy bien, simplemente he tropezado. Muchas gracias.

Continué andando, pasando por completo de aquel desconocido. Aún no habría dado dos pasos cuando se dirigió a mí.

—¿Estás seguro que ha sido un tropezón? Más bien deberías cuidarte un poco más tu corazón, creo yo.

Al escuchar su voz me quedé helado. Al girarme vi que aquel joven había recuperado la compostura y daba un largo trago a la botella. Se limpió la boca con la manga de la camisa y mostró una sonrisa que conocía perfectamente.

—No… No puede ser. Tengo que encontrarla.

Antes de que pudiese salir corriendo noté cómo me agarraba fuertemente el brazo, parando mi huida.

—No irás a ninguna parte. Tu destino está decidido. En diez minutos todo esto no será más que un recuerdo de la nada. Y tú, mi querido compañero, vas a ser el detonante.

No. No quería aceptarlo. Había escuchado una y otra vez esa historia, pero no quería creerlo. Sabía que tenía una oportunidad y era encontrarla a ella.

—Suéltame —dije, apretando los dientes con fuerza.

—Oh, vamos. ¿Te has enfadado? Solo quiero ver cómo va a empezar todo esto.

—¡He dicho que me sueltes!

Mi rabia había ido aumentando a medida que me mantenía sujeto aquel títere y, cuando lancé aquel grito mis ojos no daban crédito a lo que pasó. El hombre salió despedido, como si una ráfaga de aire lo hubiese empujado.

Aquella ráfaga apareció en todas direcciones, como si un campo de fuerza se hubiese generado a mi alrededor. La respiración la tenía agitada y notaba mi cuerpo cansado, frágil.

El silencio que me acompañaba me ayudó a comprender enseguida que había llamado demasiado la atención y ahora era el centro de todas las miradas. Debía de escapar de allí.

Pero mi corazón falló una vez más. El dolor era desgarrador y provocó que encorvara mi espalda hacia atrás, como un latigazo. Grité y grité hasta que mi garganta no pudo soportarlo más. El momento había llegado. Y la bestia que habitaba en mi interior iba a salir.

Y cesó de repente.

Todo. La ira, el dolor… No comprendía que estaba pasando. Como un suave susurro, empecé a escuchar su voz que me llamaba. Y allí la pude ver. La mujer con la que tantas noches había soñado, ahora se acercaba hacia mí, con una sonrisa deslumbrante sobre su rostro y alargando su brazo para que tomase su mano.

Pero nunca llegaría a cogerla.

De entre la multitud mis ojos captaron como aquel bastardo saltaba con el cuchillo en ristre para arrancarle la vida.

Y ese fue mi último recuerdo como humano.

2 comentarios :

  1. Este relato me ha recordado totalmente a la película de 'La máquina del tiempo'. No hay manera de cambiar el pasado, pero es necesario para inventar la máquina. Aunque en tu caso parece alguien obsesionado que revive una y otra vez el mismo episodio :)

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  2. Madre mía Jose, me has tenido en tensión hasta el final. Que desgarrador.
    Además de que me ha encantado.
    Un saludo. ;-)

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