2 de enero de 2014

Tras estos días de resacones, atracones y otras palabras similares que te pueden venir a la mente y que puedas afirmar con certeza que son sinónimos de “navidad” llega el momento en el que dentro de todo ese vórtice de emociones te detienes un momento para a pensar.

Estás sentado en el borde de tu cama, posiblemente acabas de despertarte. Te frotas los ojos con los dedos para intentar abrirlos y enfocar lo que tienes delante de ti. La cabeza te molesta, pero no porque hayas bebido demasiado la noche anterior, sino porque tus sueños han sido una ráfaga de imágenes que ha abordado tu subconsciente, intentando que todas fuesen vistas a la vez y, aunque te parezca absurdo, escuchar lo que quieren decirte.

Miras por la ventana, una vez has logrado recuperar parcialmente la visión. Todavía es de noche y las únicas luces que iluminan aquella oscuridad son las de las farolas de la calle. Sueltas un suspiro de resignación y al girar la cabeza para volver a sumergirte en el mundo de los sueños logras vislumbrar una tenue luz rojiza, encima de tu escritorio. Se trata del ratón de tu ordenador, llamando tu atención. Te incorporas con lentitud para acercarte y moverlo perezosamente, mientras esperas a que se encienda la pantalla.

Descubres el editor de textos abierto, con una hoja en blanco. El cursor parpadea incesantemente, indicándote que liberes tu mente. Y no te hace falta pensártelo mucho, puesto que un segundo más tarde te encuentras apartando la silla para colocarte cómodamente sobre ella. Y empiezas a escribir, moviendo enérgicamente los dedos sobre el teclado.

No es un nuevo relato. Tampoco una historia que dejará impresionados a todos aquellos que la lean y menos unas frases inconexas carentes de sentido. Son todos aquellos pensamientos sobre tu vida, como escritor, que han acaecido durante este pasado año. Porque, al fin y al cabo, estos son momentos para meditar sobre todo lo ocurrido.

Al empezar a escribir tienes el ceño fruncido y una mueca se dibuja en tus labios. Empezaste el año con mal pie. Aquella obra a la que tanto cariño le habías cogido la dejaste apartada en un rincón. Y, sin darte cuenta, empezó a ensancharse un vacío en tu interior. Con relatos cortos intentaste llenar ese hueco, pero no era lo mismo. Mes a mes te colocabas retos y metas que alcanzar, poniéndote a prueba. Intentando mejorar en todo aquello que creías que fallabas.

Levantas un segundo los dedos del teclado y te quedas parado unos momentos. En cuanto piensas en la llegada del verano una sonrisa se dibuja en tu rostro y prosigues tu escritura. Fue en aquel mes de Julio cuando descubriste algo. Un grupo de gente interesada y animada, apasionados de aquello a lo que tú te dedicabas durante los tiempos libres. Gente con la que compartir tus palabras y a la vez disfrutar y empaparte también de sus emociones.

A medida que escribes sobre todos ellos tus dedos se mueven con energía, como sí tuviesen vida propia. Pudiste ver como la escritura volvía a arraigarse con fuerza dentro de ti y cómo con a esos pequeños relatos lograbas darles mayor importancia y cogerles un cariño especial. En un momento dado se te desvía la mirada hacia aquella libreta desgastada, llena de nuevos apuntes que has realizado durante los últimos meses del año. Tu gran proyecto. Tu ilusión.

Separas las manos del teclado y dejas escapar el aire de tus pulmones lentamente y con suavidad. Miras la hora del reloj y te preguntas cómo ha podido pasar tan rápido el tiempo sin que te hayas dado cuenta. Al volver la vista a la pantalla descubres que la presión que sentías en tu cabeza ha desaparecido, que te has quitado un peso de encima.

Observas con atención todo lo que has escrito y sonríes. Porque este año ha sido fantástico y porque, gracias a esos pilares que has logrado forjarte con tanta devoción, no tienes miedo a lo que te depara el próximo año.

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