2 de diciembre de 2013

El frío invernal atraviesa todas esas capas que llevas enrolladas sobre tu cuerpo, caminando de noche por las calles de tu ciudad. Aunque notes esa sensación glacial, que enrojece la nariz que no has logrado tapar con la bufanda, o que consigue entumecerte las manos apretadas dentro de la cazadora, dejas que todo eso se quede en un segundo plano. Porque tu cabeza, o tu mente mejor dicho, está en otros asuntos.

Vas de camino a casa, tras la presentación del libro de un amigo. Aunque haya sido hace escasos minutos los recuerdos pasean frente a tus ojos. Pero no se trata de las palabras que ha usado para explicar de qué va su novela o cómo ha trabajado con sus editores para sacar el proyecto adelante. No. Se ha quedado grabada en tu memoria la expresión de su cara al coger el libro y, al mantenerlo entre sus dedos, cómo lo acariciaba con ternura cual hijo. Te has fijado en el brillo de sus ojos al hablar sobre alguno de sus personajes. Y recuerdas esa sonrisa picaresca cuando no puede hablar más de la cuenta, para no desvelar nada sobre el futuro que les depara sobre el papel.

En ese momento es cuando, sin darte cuenta, un calor recorre todo tu cuerpo. Algo que te llena desde dentro. Una llama que se prende con unas voces que te suenan tan distantes, y a la vez tan cercanas. Sus palabras se entremezclan, pero consigues reconocer a todos y cada uno de tus personajes. Personajes a los que tienes abandonados en aquellas viejas libretas y documentos de texto en el ordenador. Es un fuego que te consume con fiereza al escuchar todo lo que tienen que contar: Sus aventuras, sus historias, quehaceres y porvenires. Romances y lances, tragedias y alegrías. Todo lo que una vez fueron y todo lo que quieren llegar a ser.

Tu cabeza se une con todas esas mentes y empiezas a unir esos puntos que una vez fueron imperceptibles y en los que nunca te habías percatado, para poder seguir esa historia que tantos quebraderos de cabeza te ha dado. No lo sabes todavía, pero ahora en tu rostro se ha dibujado una sonrisa de oreja a oreja. Ilusionado, entusiasmado y lleno de energía.

Al llegar a casa dejas que sean esos personajes los que te empujen hasta el escritorio, a coger tu libreta o a colocarte frente a la pantalla del ordenador. Permites que todo lo que te han estado gritando con pasión y frenesí fluya a través de tus dedos.

Y así, empieza tu historia.

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