28 de noviembre de 2013

Empujó con sumo cuidado la puerta de la habitación para no hacer ningún ruido. El aire se colaba suavemente por la pequeña brecha del umbral. Su perfume embriagador inundaba la sala y flotaba con la brisa; aquel aroma que le llenaba los pulmones y le hacía sentirse vivo le hizo cerrar los ojos por un momento, disfrutando de la fragancia.

En cuanto la puerta quedó abierta por completo empezó a observar de un lado al otro, buscándola con la mirada. Se detuvo en cada rincón, curioseando aquella habitación en la que había pasado tanto tiempo junto a ella. A un lado estaba su cama completamente deshecha, con piezas de ropa tiradas de cualquier modo sobre las sábanas. Aunque para unas cosas fuera tan desordenada y olvidadiza había otras que no dejaría nunca de mimar: Los libros. Se podía ver el contraste al otro lado. Dos estanterías llenas de volúmenes de todos los tamaños, organizados y bien conservados. Allí tenía colocado estratégicamente un escritorio, con dos pilas de libros y, entre ellos, hojas y hojas llenas de historias. Su pasión. Una suave brisa volvió a acariciarle el rostro, llamándole a volverse hacia las grandes puertas abiertas de par en par que daban al balcón. Y allí la encontró.

De pie y junto a la barandilla de mármol blanco la joven estaba abstraída, sumida en sus pensamientos. Estaba preciosa. Llevaba el largo vestido azul ceñido por la cintura y que le dejaba la espalda al descubierto. Jugueteaba con un mechón de su larga melena rizada, entrelazándolo con sus dedos. La noche estaba en completo silencio, como si lo único que quisiese que se escuchase fuese la dulce melodía que canturreaba aquella mujer. Una cancioncilla que el joven había escuchado centenares de veces y que, aquella vez, le evocaron millones de recuerdos junto a ella.

Llevaría en la habitación unos minutos y no se había percatado de su presencia. Seguía acercándose hacia ella, poco a poco, recreándose en cada paso que daba, acariciando la suave alfombra que cubría toda la habitación. En cuanto estuvo lo suficientemente cerca de la puerta del balcón levantó la cabeza. El cielo libre de nubes estaba inundado por millones de estrellas y al bajar la mirada observó de nuevo a su amada, bañada por la luz tenue que la luna llena desprendía desde las alturas. La brisa traicionera le llevó de nuevo su fragancia y, junto con el murmullo de la risueña melodía, el recuerdo de la primera vez que vio a su amada le invadió como un golpe seco en el pecho.

Primavera. En los jardines las flores estaban preciosas y los arboles rebosaban con sus frutos. Pero en aquel lugar, justo en aquel momento, el destino la trajo a ella. Y toda la belleza a su alrededor quedó eclipsada por su sonrisa. Aquella joven paseaba distraída, observando alrededor cómo si tratase guardar cada una de las cosas que contemplaba dentro de su mente, en. Sus ojos. Aquellos ojos en los que quedabas atrapado por su azul intenso. No pudo fijarse en nada más, salvo, cuando empezó a canturrear. Y el pequeño detalle cuando, al cruzar sus miradas, sus mejillas redondeadas empezaban a enrojecer.

En aquel mismo lugar fue donde tuvieron su primer beso.

Volvió al presente. Se había quedado a una corta distancia en la que, si estiraba su brazo hacia delante, era capaz de rozar su hombro. De pronto, ella se recogió el cabello distraída en su melodía, dejando ver su cuello. Allí, una pequeña cadenita brilló a la luz de la luna. Una sonrisa tímida llena de sentimiento amaneció en los labios del joven. Fue el primer regalo que le hizo. Una lágrima corrió libremente sobre su rostro y casi conteniéndose para no hacer ningún ruido, expulsó todo el aire contenido en sus pulmones por la nariz. Su pulsó tembló cuando mostró el cuchillo que ocultaba a su espalda.

Y aquella delicada cancioncilla resonó por siempre en su memoria.

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