12 de diciembre de 2013

Decidió visitar a la bruja simplemente porque, a esas alturas, ya no le quedaba alternativa alguna.

El joven se encontraba solo y herido. Caminaba a trompicones, intentando ocultarse entre los callejones del barrio más oscuro y siniestro de toda la ciudad de Trenma. Una punzada de dolor le subió hasta el pescuezo desde su costado derecho, recorriendo con rapidez toda su columna. Se tambaleó hasta encontrar apoyo sobre una pared de piedra y bajo el resguardo de la incesante lluvia. El frío le calaba hasta los huesos y el dolor no le dejaba casi ni respirar. Apartó levemente la mano de la herida para observar como la sangre se le escapaba entre sus dedos. En su mano derecha no dejaba de sujetar la pequeña daga con la que había podido escapar y salvar su vida.

Escuchó un ruido que provenía de unas casas cercanas y agarró la empuñadura de su arma con fuerza. Miró alrededor asustado, intentando esconder su presencia apretando su cuerpo contra la pared. Un gato lanzó un maullido quejumbroso, intentando cubrirse de la molesta lluvia. Esperó unos momentos pero, salvo aquel animal, no vio a nadie.

Inhaló entre dientes e hizo un enorme esfuerzo por moverse. Continuó tambaleándose entre callejuelas buscando apoyo en las paredes y, tras esconderse una vez más para esquivar la mirada de una pareja joven que corría buscando cobijo, finalmente llegó al hogar de la bruja.

La puerta era de madera oscura, llena de inscripciones ininteligibles y desgastadas. Las bisagras que la sujetaban estaban plateadas y bien pulidas, como si el paso del tiempo no les hubiese afectado. Aunque lo que más llamaba la atención era el rostro de la bestia de metal, con una argolla colgando desde sus fauces para golpear la puerta.

Antes de que pudiese siquiera coger el aro para dar el primer golpe la puerta se abrió lentamente, permitiéndole el paso. No había nadie al otro lado.

Una ráfaga de un viento gélido le rozó el rostro, seguido de un escalofrío que le recorrió de pies a cabeza. Alargó el cuello para observar el interior, pero no lograba distinguir nada. Estaba asustado. Tras de sí escuchó unos pasos rápidos que le cortaron la respiración. Con el temor a que se tratase de su perseguidor tragó saliva y se internó en aquel lugar.

El golpe de la puerta al cerrarse por sí sola le dio un vuelvo al corazón. Y quedó en la más negra oscuridad. Silencio. Agudizó el oído. Solo se escuchaba su respiración agitada, las gotas que caían libremente de su ropa mojada golpeando el suelo y, a lo lejos, el mecanismo de un reloj de cuerda. Permaneció quieto durante unos instantes que le parecieron eternos hasta que, al fin, carraspeó.

—Ayúdame… —Su voz se perdió en el vacío, como si aquel lugar no tuviese fondo—. Por favor… Te lo suplico…

Se cubrió los ojos cuando montones de velas brotaron a su alrededor alumbrando la estancia. Apoyadas en cualquier lugar se internaban por un estrecho pasillo hasta llegar a una habitación. En cuanto se acostumbró a la luz empezó a caminar, sujetando con ambas manos frente a él su única arma.

Al llegar al fondo agradeció encontrar la calidez de una hoguera encendida en el centro, sobre la que flotaba mágicamente un caldero. Estaba hipnotizado por aquella escena, tanto que no se percató de su presencia. Dio un respingo y enfocó su mirada al fondo de la sala donde, en un sillón enorme, la mujer estaba sentada con los brazos cruzados sobre el regazo.

El joven, aunque no la había visto jamás, la reconoció al instante. Guardó el cuchillo en el cinto y de un bolsillo de la capa sacó un pequeño reloj para tenderlo hacia la mujer.

—Estoy agotado y ya no puedo con esta carga. Tan solo… —cerró los ojos—. Por favor, quiero acabar con esto.

Al escuchar cómo se levantaba del sillón volvió a levantar la cabeza, para toparse con la mirada de la mujer. Sus ojos eran fuego que le quemaba por dentro. Su sonrisa pícara mostraba claramente sus intenciones. Se levantó y se acercó hacia el lentamente. Con cada pisada movía su cuerpo sinuosamente, dejando que la suave túnica dejase entrever lo suficiente como para provocar a su invitado. Su larga cabellera pelirroja llena de rizos fluía libre sobre su espalda.

El muchacho abrió la boca para hablar de nuevo, pero la mujer le acercó un dedo sobre los labios para acallarlo. Acarició la mejilla del joven muchacho. Su voz era dulce y melodiosa, como si al escucharla le arropase con un manto lleno de calidez.

—Has soportado más que cualquiera de tus otros antecesores. Es hora de que descanses, mi querido protector.

Con mucho cuidado le besó. Aquel beso fue apasionado, como nunca una mujer lo había besado.

Dejó escapar el reloj de entre sus dedos y golpeó la madera. Las lágrimas caían libremente por sus mejillas, mientras una sonrisa se le dibujaba en el rostro. La mujer le agarro de las manos y lo guió hasta un rincón, para acomodarlo sobre una cama mullida con sábanas blancas.

—Gracias.

La bruja le volvió a besar, pero esta vez sobre la frente. Y el joven cerró los ojos.

Para no volver a abrirlos jamás.

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