21 de diciembre de 2013

Resoplas, angustiado. Miras hacia el andén, donde hace unos breves instantes el tren con destino a tu ciudad ha realizado su llegada. Unas nubes densas de vapor rodean aquella masa de hierro y metal, confiriéndole un aspecto fantasmagórico. Una persona a tu lado frunce el ceño intentando fijar la mirada en cuanto unas figuras borrosas empiezan a aparecer entre aquella condensación. La gente empieza a atravesar la humareda y logras ver las caras largas que colman su rostro, muy probablemente debido al largo viaje. Una anciana tropieza con su gran maleta con otro de los pasajeros, pero que va tan ensimismado, perdido en sus pensamientos, que no le da la más mínima importancia. Y poco a poco la masa de gente que se forma en aquella parte la estación es abrumadora.

A tu alrededor la gente está impaciente, contemplando con anhelo toda aquella multitud que se ve acercando hacia vuestro lugar con paso lento. Apartas la mirada un segundo, observando a los que te rodean. Muchos de ellos se frotan las manos, tal vez por el frío o puede que por los nervios. Un señor a tu derecha da caladas cortas y muy seguidas a su cigarrillo, sin dejar apenas tiempo a que el humo le llegue a los pulmones. Encorvas el cuerpo un poco hacia delante y contemplar como un par de niños, los que supones que deben ser hermanos por lo mucho que se parecen, se colocan de puntillas intentando atisbar alguna cosa entre todo el gentío. Estos son algunos de los rasgos que se quedan grabados en tu mente, pero sabes que el resto de personas están igual de ansiosas.

Escuchas un grito ahogado de una mujer. La señora que sale a la carrera hacia la gente que se acerca sospechas que se trata de la misma que ha dado el grito. Te quedas mirándola un segundo, el suficiente para verle su rostro anegado de lágrimas. Un hombre con sombrero y gabardina se queda quieto y dibuja una sonrisa en sus labios. Deja caer sus bolsas que golpean el suelo y recoge entre sus brazos a aquella mujer, abrazándola fuertemente.

Sus sollozos quedan enmudecidos por otros gritos de alegría, provenientes de todos lados. Risas, abrazos y apretones de manos inundan el lugar. Familias que se reúnen de nuevo, amigos que da la sensación que no se han visto en años. Parejas que se funden en la calidez de sus besos. Todos han estado esperando este momento y el ambiente que rodea toda la estación de trenes se llena de esos sentimientos y emociones que emanan y que cada vez es más pegadiza.

Pero tú no esperas a nadie.

Sientes como el brazo que te envolvía la espalda se separa lentamente. Miras a esa persona y la sensación que te recorre el pecho es completamente opuesta a toda la gente que te rodea. Porque, a diferencia de ellos, no estás ahí esperando una llegada. Porque esa persona se va.

Intentas agarrarle el brazo, haciendo todo lo posible para que no se marche. Pero sabes perfectamente que no va a ceder. Ves florecer en sus labios un amago de sonrisa, y antes de que se topen vuestros ojos agacha los párpados y dirige su mirada al suelo. Antes de que puedas decirle nada se gira y se coloca su equipaje en la espalda.

Esa bolsa de viaje te es tan familiar que no puedes evitar lanzar un suspiro lleno de dolor. No está repleta de ropa, tampoco se trata de comida ni de otras cosas materiales. La gente que acude a aquella estación trae consigo equipajes llenos de recuerdos. Y la persona que ahora se marcha lleva consigo una parte de ti.

En tu pecho notas un vacío que se va haciendo más y más profundo a medida que su figura se desvanece entre aquellas nubes de vapor. Quieres gritarle que no se vaya, que se quede a tu lado. Pero un nudo en tu garganta te impide articular palabra alguna.

Cuando le pierdes de vista, sientes que recobras todos tus sentidos. Ahora vuelves a escuchar todo lo que te envuelve, las risas y conversaciones, como si hubieses estado lejos de ellos, apartado en tu mundo. Pero al mirarles te sientes un extraño. Intentas sonreír, tratando de disimular lo que de verdad sientes. Pero no puedes.

Colocas las manos dentro de tu cazadora y agachas la cabeza, mientras empiezas a moverte arrastrando los pies para abandonar aquel lugar y dejarlo atrás todo. Una estación llena de recuerdos. Y un tren que se lleva una parte de tu ser.

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