13 de julio de 2013

El temblor del suelo había empezado hacía escasos instantes y con ello la amplia sala empezó a derrumbarse, perdiendo toda organización posible. En el centro de aquella habitación se encontraba de pie el joven, sujetando con su mano izquierda la empuñadura de su espada atada al cinto y con el otro brazo levantado ahuyentaba la oscuridad de su alrededor con la luz tenue de su antorcha. Sus ojos se movían de un lado a otro, intentando distinguir los apliques y adornos de la parte superior que caían libremente hacia el suelo, rompiéndose en mil pedazos. Moviendo la antorcha hacia su izquierda pudo entrever como sobre la superficie de uno de los anchos pilares se dibujaba una profunda grieta.

Unos segundos más tarde se escuchó el estruendo tras de sí. Enormes fragmentos de piedra caían alrededor suyo, levantando una molesta nube llena de polvo y tierra. El joven se movía de un lado al otro esquivando aquellos proyectiles e intentando divisar entre aquella catástrofe algún lugar donde poder cobijarse. Una enorme roca le golpeó el costado, y con un movimiento grácil desenfundó su espada y la clavó a sus pies, evitando con ello caer tendido e indefenso en el suelo.

Levantó de nuevo la mirada. El techo estaba lleno de brechas por las que se podía vislumbrar el exterior. En sus ojos se podía ver el anhelo de un rayo de esperanza, pero ni siquiera la luna brillaba en aquella oscuridad absoluta. Una brisa fría entró ululando con furia, levantando en su camino la capa del muchacho. Un estremecimiento le recorrió de la cabeza hasta los pies. Pequeños fragmentos de aquellos escombros golpeaban su cuerpo magullado. Soltó un largo suspiro, extasiado. Se volvió casi al instante cuando escuchó el sonido inconfundible del pilar que había alumbrado antes, ahora ya partido en dos. Una de las partes caía con fiereza sobre él. Estaba paralizado. El fuego de la antorcha bailó y gracias a ello pudo entrever por el rabillo del ojo un arco bajo sobre el que cubrirse.

Actuando casi por instinto tiró de su espada larga, dejando tras de sí el suave susurro del acero al acariciar el aire. Recogiendo sus rodillas cogió impulso y se lanzó sobre aquel lugar. Su pecho golpeó el suelo y dejó libres sus manos para llevárselas a la cabeza y cubrirse con ellas. A su espalda el pilar se quebró, arrojando una ráfaga de viento llena de grava y otros trozos a su paso. Cerró los ojos y esperó.

A medida que recuperaba su respiración el desastre fue calmándose, hasta tornarse todo en un leve susurro. Se podía escuchar a los pequeños guijarros como intentaban encontrar su lugar entre las ruinas de aquella sala, mientras el viento gélido recorría huecos y grietas levantando pequeñas volutas de polvo. El joven abrió los ojos y se incorporó lentamente, apoyando su espalda sobre la pared. Con aquella calma sus propios pensamientos se volcaron de nuevo sobre su mente. No podía avanzar más.

Lo había intentado, pero recorriendo aquellas lúgubres salas un sentimiento de soledad le golpeó de lleno. Estaba perdido y no sabía cómo continuar. Había luchado con fiereza, y al pensar en ello un dolor punzante le recorrió desde su antebrazo hasta su pecho. Estaba cansado. Tiró hacia atrás su cabeza, golpeando la pared. Uno de los mechones de su corta melena se colocó sobre sus ojos, y lo apartó de un soplido. Frunció el ceño, extrañado por alguna cosa que no terminaba de encajar en su cabeza. Y fue cuando se percató de que la sala estaba más oscura que hacía unos instantes. Al dirigir su mirada hacia la antorcha pudo ver que su llama titilaba agonizante. Tiró su cuerpo hacia delante y tendió su brazo para agarrar aquella lumbre. Y los gritos llenaron la sala. Un sonido que hacía mucho tiempo que no escuchaba. Las Sombras habían regresado.

La piel se le erizó y puso los ojos en blanco. No esperaba que le encontraran de nuevo y con ello su último aliento de esperanza desapareció. Agarró la madera de la antorcha e intentó avivar de nuevo el fuego, la única cosa que le permitiría escapar de aquellas criaturas. Una luz iluminando su camino. Pero al parecer la vida de aquella llama había llegado a su fin. Y por lo visto, la suya también.

Con sumo cuidado se levantó del suelo mientras tendía el pequeño fuego hacia arriba, tras el arco de piedra. Vislumbró las Sombras entrando por los huecos de las paredes, reptando entre las rocas de las ruinas. Grandes y menudas, casi todas de la misma complexión, se acercaban con agilidad hacia él. Las lágrimas brotaron sin apenas esfuerzo. Giró su cuerpo y dejó caer sus brazos hacia los lados y con ello la antorcha se consumió por completo. Tiraba la toalla. No tenía fuerzas para hacer frente de nuevo a todas las Sombras. No quería continuar su camino. Cerró los ojos y dejó que las lágrimas corriesen libremente por sus mejillas.

Notó el gélido aliento de una de aquellas criaturas en su nuca. Su respiración era repugnante y el hedor que emanaba de su interior le producía arcadas. Percibió sus largos brazos en un abrazo que helaba hasta los huesos. Aceptó su destino y se dejó llevar.

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